Cabe distinguir entre la situación de desamparo, regulada por la Ley Orgánica 1/1996, de 15 de Enero de Protección Jurídica del Menor, y que supone el incumplimiento o inadecuado ejercicio de deberes de protección para la guarda de menores. De la situación de riesgo social, donde la desprotección del menor no alcanza la gravedad suficiente para justificar la separación de su entorno familiar.
El factor
de riesgo tiene su significado en el momento que ocurre en relación al
desarrollo con el individuo y cómo interactúa con el proceso de desarrollo.
Desde un enfoque evolutivo, cuando este desarrollo es afectado entonces
hablamos de situación de riesgo social.
Ante esta
situación, el educador he de atender el contexto familiar para prevenir e
intervenir en los problemas de desarrollo.
Se atiende
al contexto familiar, y por ello se habla de estrategias de intervención con
las familias, ya que es esta institución, junto con la escuela, el contexto
donde tiene lugar el desarrollo humano. Se atribuye a la familia las
aportaciones educativas correspondientes a dirigir el desarrollo infantil, y
adaptar al niño o niña al medio social. (Hurlock 1982).
La
intervención con infancia en riesgo social debe abordarse desde una perspectiva
multidisciplinar, incluyendo intervención educativa, terapéutica y asistencial.
Se
distingue la intervención en 3 ámbitos:
- Intervención comunitaria: Centrada en programas generales de educación e información a padres, programas de actividades extraescolares, de prevención sociosanitaria, de prevención de absentismo escolar, etc. Que realizan como objetivos a largo plazo y basados en una línea preventiva.
- Intervención con las familias: Donde se realizan programas de dos tipos:
- Preventivos: Desarrollando programas de habilidades básicas, y programas de fortalecimiento de familias (grupos de apoyo)
- Programas que buscan cubrir las necesidades básicas, con asesoramiento.
- Intervención directa con los niños/as en riesgo: Programas compensatorios para paliar las limitaciones del desarrollo de la personalidad producidas como consecuencia de situaciones familiares que generan desprotección de los menores.
Es en este
último ámbito donde el juego se define como una buena estrategia didáctica para
la intervención con la infancia en riesgo social.
El juego,
al permitir la interacción con el medio, contribuye indudablemente al
aprendizaje social.
Esta
estrategia permite establecer vínculos afectivos aportando diversión, satisfacción,
distracción, y a su vez permite conocer normas, valores, resolución de
conflictos, etc. (Fernández-Cabezas y Caurcel, 2007) y esto convierte el juego
en una actividad que estimula el desarrollo infantil.
Los tipos
de juego que se pueden incluir en programas de intervención son:
- Juegos de expresión corporal, que potencian la creatividad y la libertad de movimientos, a la vez que enfatizan el vínculo entre motricidad y psiquismo.
- Los juegos funcionales de desarrollo motor, que facilitan el ejercicio de destrezas, flexibilidad, capacidad de reacción o rapidez de reflejos.
- Los juegos de comunicación que potencian la fluidez y funcionalidad entre emisor y receptor.
- Los juegos de cooperación que suponen un aprendizaje progresivo sobre el entorno social.
- Los juegos de alto contenido interactivo, que son los más utilizados, sirven de apoyo al aprendizaje de las conductas prosociales, las normas o el conocimiento del otro, para interiorizar valores y actitudes.
- Los juegos de rol, que pueden aportar valores como la tolerancia, o la resolución asertiva de conflictos sociales.
El papel
del educador en el juego es de mediador y facilitador.
Resumén del capítulo 4. Sánchez, C. (Coord).
Aplicación de estrategias didácticas en contextos desfavorecidos. Madrid.
Editorial UNED.
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